Era un día tranquilo... y apareció el Coronavirus.
Lo llamaban Covid’19
y llegaba pisando fuerte.
La gente hablaba por las calles de este famoso bichito
parecían preocupados mayores, adultos y niños…
Virus por aquí, virus por allá...
Todos tenían miedo de que les pudiera atacar.
Vamos, rápido, ¡quedaos en casa!
Por la tele, la radio y la prensa, avisaban.
El cole, las tiendas y muchos sitios cerraron,
solo estaban abiertas farmacias y supermercados.
¡Ay, qué miedo! ¡Ay, qué miedo!
El dichoso virus les quitaba el sueño.
Pasaban lentas las noches, se repetían los días,
se dibujaban rostros serios y se borraban sonrisas.
Unos perdían, poco a poco, la esperanza,
pensando en que Covid ganaría la batalla…
Otros se mantenían serenos y positivos
confiaban en que pronto retomaríamos el ritmo.
Lo cierto es que los contagios iban creciendo
y la prensa hablaba de un sinfín de enfermos…
¿Cuándo acabará esta increíble pandemia?
Mascarillas, guantes… ¡las calles desiertas!
¡Qué valientes son los médicos y enfermeros!
Saldremos al balcón y les aplaudiremos.
Allí arriba, desde lo alto,
los niños nos sentíamos importantes y guapos.
Saludábamos a simpáticos vecinos de alrededor
algunos salían entonando una canción.
De esta manera, todo el mundo se daba cuenta
de que la gente vivía bajo la misma tormenta:
Inquietud, desasosiego, temor,
dudas, nervios y una terrible desazón.
Sin embargo, los niños, no estábamos tan preocupados…
Todo lo contrario, la mayoría, ¡hasta disfrutábamos!
Por fin, pasábamos más tiempo con papá y mamá,
tranquilos en casa, sin correr de aquí para allá.
A veces, nos llevábamos bien, otras, como el gato y el ratón,
pero ahora nos mimaban y prestaban más atención.
Y sí, me estoy perdiendo mis clases y mis cien extraescolares,
pero, sin salir a la calle, estoy conociendo mejor a mis padres.
Lo cierto es que estoy super contento de hablar y jugar con ellos,
ojalá así entiendan que es justo eso lo que los niños queremos.