Ahora es el momento
En la universidad las cosas le iban bien. Con su familia, las cosas le iban bien. Con sus amigos, las cosas le iban bien. Y con su pareja, también. A punto de cumplir los 21, María se hacía preguntas muy extrañas... “Extrañas” para la mayoría de la gente, claro, pues esas preguntas no parecían ser muy normales de cara a lo sociedad, tal y como ella la conocía, pues no eran estas cosas las que solían rondar la cabeza de una jovencita de su edad.
Desde pequeña se había sentido un tanto “bicho raro”… «Mamá, ¿de dónde he venido? Mamá, ¿qué hacemos en el mundo? Mamá, para qué sirve la vida? Mamá, ¿por qué la gente llora? Mamá, ¿por qué los caballos no tienen ruedas? Mamá, mamá, mamá…»
—Ay, hija, qué preguntas más raras haces… ¡Y yo qué sé! Anda, vete a tu cuarto a jugar.
La pequeña María, que no quería seguir molestando a su madre con preguntas raras, aprendió a formularle otras más “normales” y fáciles de contestar: «Mamá, ¿qué vamos a hacer mañana? Mamá, ¿me pintas las uñas? Mamá, ¿qué vestido elijo? Mamá, ¿me quedan bien estos zapatos? Mamá, ¿puedo comprarme esto?»
Y así, poco a poco, la niña curiosa y entrometida se fue convirtiendo en una joven discreta y cuidadosa. La imaginación, la fantasía y la creatividad se fueron evaporando con el tiempo para dar paso a la lógica, la razón y el conocimiento. La verdad, parecía que aquel plan había funcionado a la perfección, ganándose así el cariño y respeto de todo el mundo.
Buena estudiante, buena hija, buena amiga, buena novia y, cómo no, buena ciudadana. Así era María a sus casi 21 añitos. Un ejemplo para su hermana, su prima, su vecina… Su actitud y apariencia era las propias de alguien de su edad y las que todos esperaban de ella. Pero, ¿y ella?
Sin embargo, a pesar de todo, algún resquicio de esa “extraña curiosidad existencial” todavía le quedaba y algo que no sabría muy bien cómo explicar le había empujado en su día a elegir la carrera de Filosofía.
Sí, bueno, la carrera no estaba mal. Era bastante interesante. Pero cuantos más filósofos estudiaba, cuantas más teorías analizaba, y a cuantos más profesores escuchaba, más y más dudas se le generaban… Aturdida, confusa y desilusionada había dado por perdido su propósito de encontrar respuestas. Al mismo tiempo, su astuta mente la llevaba de viaje cada día y a cada instante por una incesante y agotadora odisea del futuro al pasado y del pasado al futuro. María, nunca estaba contenta del todo con su pasado, ni convencida del todo de su futuro: «Si hubiera actuado así…» « ¿Y si actuara asá…?». Nunca satisfecha, nunca serena…
La noche antes de los exámenes finales, María se encontraba estudiando y tratando de asimilar un sinfín de palabrejas y teorías incomprensibles a las que, sinceramente, no les veía ni pies ni cabeza. «Menudo tostón…», se decía enfadada. «¡Si es que esto no hay por donde cogerlo!». Cientos de pensamientos se habían apoderado de su mente: «Como no apruebe este examen, no sé qué va a pasar… Quién me mandaría a mí a elegir esta carrera… Seguro que luego no tiene salidas… Si ni si quiera sé a lo que me quiero dedicar… »
En fin, con la cabeza a punto de estallar y llenándose de furia por momentos inhaló aire profundamente y lo soltó de repente. Las hojas de sus apuntes volaron alrededor de su escritorio y una de ellas fue a aterrizar en el suelo. Subrayada en amarillo fosforito estaba marcada la palabra “tiempo” y su atención fue a parar de inmediato a ella. Recogió la hoja con cuidado, la colocó frente a sus ojos, recostó la cabeza sobre su brazo derecho y se dijo: «Eso es. Tiempo… Una máquina del tiempo es lo que necesito…».
De nuevo, María empezó a divagar: «Oh, sería genial… Si tuviera una máquina del tiempo viajaría al pasado para cambiar esto, y eso, ¡y también esto otro…! Y, por supuesto, iría al futuro y haría que esto y aquello fuera así y asá…» María soñaba despierta, como la mayor parte del tiempo, como la mayor parte del mundo…
«Ay, lástima que no existan…», suspiró.
—Te equivocas, María, las máquinas del tiempo sí existen y tú ahora mismo estás usando una: la tuya.
María, de pronto, levantó la vista y miró detrás de ella. Aquella voz grave y masculina a sus espaldas la descolocó por completo…
—Un placer conocernos por fin —prosiguió.
Ante ella, un hombre grueso y corpulento, de barba espesa, rizada y grisácea, de frente prominente y arrugada, de ojos saltones y nariz chata, la miraba con gran ternura vistiendo elegantemente una túnica blanca y sandalias de esparto, irradiando a su alrededor una luz fulgurante imposible de describir…
— ¡Madre mía, qué susto! ¿Y usted quién es…? ¿¿Dios??
— ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —el hombre misterioso soltó una estruendosa carcajada— ¡Qué más quisiera yo!
— ¿Entonces? ¿Quién…? ¿Cómo…? ¿Qué-Qué hace usted aquí?
Las palabras salían atropelladas por la boca de María, que no entendía en absoluto nada de lo que ocurría…
—He venido a ayudarte, querida.
— ¿A ayudarme a estudiar?
— ¡Ja, ja, ja, ja! —volvió a reír—. No exactamente…
«Qué hombre más guasón…», pensó ella.
—Así es, María, el sentido del humor y la sabiduría siempre deben ir de la mano.
Aquello era increíble… ¡incluso podía leerle la mente!
—Conque es usted un hombre sabio…
—Eso dicen —asintió.
María lo miraba ensimismada, era tan enigmático y ocurrente… De hecho, su cara le resultaba familiar…
—Escúchame, querida, te he oído decir algo y me he visto en la obligación de venir a corregirte.
— ¿Ah, sí? Y, ¿qué es?
—Verás, siento decirte que el tiempo no existe.
— ¡Eso sí que es gracioso! Dígaselo a mi reloj… O, mejor dicho, dígaselo a mi profesor y avísele también de que no podré ir al examen de mañana porque no hay tiempo. ¡Ja, ja, ja! —rió esta vez María.
—La ironía también es señal de buen humor. Ahí has estado muy sabia, María —sonrió él mientras peinaba con sus dedos su barba color ceniza.
María arqueó una ceja en señal de incredulidad.
—El tiempo es solo una invención de tu mente, y de todas las mentes, para manteneros ocupados y alejados de todo aquello que no sea este preciso instante: el momento presente.
—Perdone, pero no le comprendo…
—María, el tiempo no existe, pero tú crees que existe. Tu mente necesita que exista para hacer sus planes de futuro y sus viajes al pasado… Tú has programado esa “máquina del tiempo” en tu cabeza. Pero presente, pasado y futuro es exactamente lo mismo. Todo sucede en este mismo instante: Aquí y Ahora.
—Uf, todo esto es demasiado confuso…
—Sí, lo es, puesto que para entenderlo debemos antes deshacer el gran enredo de nuestra mente y nuestros pensamientos que durante tantos años nos han tenido desorientados. Debemos comprender que la vida solo puede tener lugar y desarrollarse en este momento, en ninguno más. En realidad, el pasado es historia y el futuro, un misterio. ¿Qué nos queda? El presente. Por eso, cualquier intento de ir al pasado o al futuro es una trampa de nuestra mente para mantenernos fuera de juego, del juego de la vida.
—Y, ¿para qué querría nuestra mente tendernos una trampa?
—Para mantenernos a salvo.
— ¿A salvo de qué?
—A salvo de la incertidumbre.
— ¿De la incertidumbre?
—Así es. De la incertidumbre, de lo desconocido, de lo que está por llegar.
—Y, ¿por qué?
—Porque tiene miedo a que dejes de utilizarla y que te lances al vacío, a la aventura, a la vida en su máximo esplendor.
—Pero a mí me gusta saber lo que va a ser de mí, saber si voy a aprobar, de qué voy a trabajar… Me gusta tener las situaciones bajo control.
—He aquí el problema. No te gusta a ti, le gusta a tu mente. Tu verdadera naturaleza es auténtica y aventurera. Los límites solo provienen de tu cabeza. Tus pensamientos tratan de dominarte obstaculizando la energía de la vida en este momento. Cuando te identificas con tus pensamientos, es decir, con tu mente, dejas de fluir y, en definitiva, de vivir intensamente.
—Pero, sin mente… ¿no podríamos hacer la mayoría de cosas?
—No te digo que dejes de usar la poderosa maquinaria de la mente, sino que aprendas a utilizarla, ante todo, en beneficio propio. Verás, vivir significa estar en el momento presente porque es en el único donde hay vida. No puedes abandonar el espacio del Ahora, está contigo vayas adonde vayas. Tu vida nunca ha dejado de ser Ahora y siempre será Ahora. Así pues, utiliza tu mente para ayudarte a regresar al momento presente, solo así vivirás la vida de forma libre, consciente y valiente.
—Bueno, no creo que sea tarea fácil…
—En absoluto, requiere una gran constancia y dedicación. Es un trabajo continuo y diario. Pero, antes de empezar, necesitarás encontrar tu fortaleza para eliminar todos los sistemas de creencias adquiridos hasta ahora, pues estos solo te anclan en el pasado y te impiden avanzar en tu camino. No creas nada. Cuestiónalo todo y experiméntalo por ti misma desde la presencia consciente. Solo tú albergas toda la verdad, querida.
María se echó a reír…
— ¿Ah, sí? Pues si yo lo sé todo, ¿para qué estoy estudiando una carrera? Y, ¿por qué tengo tantas dudas? ¿Por qué no encuentro respuestas?
—Porque buscas fuera y no dentro. Y esto es porque no confías en ti lo suficiente, no te atreves a escuchar tu voz interior. Estudiar te ayudará a acumular conocimiento, pero ese conocimiento no sirve de nada si no es experimentado por ti misma. Y es que un desarrollo intelectual alto no da la felicidad, solo cuando el conocimiento es sabiduría, es decir, cuando lo llevamos a la práctica en nuestra vida, podemos ser verdaderamente felices. De modo que encontrarás las respuestas adecuadas dentro de ti, no afuera. Por tanto, no te sientas nunca condicionada por lo que leas, aprendas o te digan y sé como el abejorro…
— ¿¿Como el abejorro?? —interrumpió María, extrañada.
—Así es, este insecto encierra un gran misterio para la física… Según las leyes de la aerodinámica, el abejorro jamás debería volar debido a su peso y forma en relación al tamaño de sus alas. Sin embargo, vuela. Si el abejorro creyera toda esta información antes de decidirse a volar, ni siquiera lo intentaría, porque ello le habría condicionado a rechazar esa posibilidad. Y nosotros deberíamos actuar igual, desafiando todas las creencias sociales, científicas o culturales, y actuar de acuerdo a nuestras creencias internas.
El hombre sabio se percató enseguida de la mirada aturdida de María…
—Verás, no tienes que creer todo lo que te dice tu mente, todo lo que lees o estudias… Al igual que no tienes que creer todo lo que te dicen tus ojos.
—No acabo de entender… ¿Cómo no voy a creer lo que ven mis ojos?
—Dime, ¿acaso es la Luna tan pequeña como la perciben tus ojos?
—No…Claro que no.
—Y, ¿por qué creer todo lo que ves? De la misma manera, te pregunto: ¿por qué creer todo lo que piensas o todo lo que te han dicho?
La joven permanecía callada, escuchándolo con especial atención.
—Tus ojos jamás podrán llegar a ver la realidad tal cual es. Ninguno de tus cinco sentidos puede hacerlo, pues estos solo son capaces de captar una ínfima parte.
—Sí, pero la mente no es un sentido —se atrevió a interrumpirle.
—Precisamente por eso, es la que más te puede engañar. Pues es la que recibe la información de tus cinco sentidos, de tu pasado, de tus creencias limitantes… Y, de esta forma, te condiciona cada segundo de tu vida. La mente es miedosa y quiere protegerte, pero lejos de protegerte lo que consigue es cortarte las alas para impedirte volar y avanzar. El miedo es tan solo una herramienta para sobrevivir, no para vivir. La cabeza te habla desde el miedo y desde lo que le han contado: tus padres, tus profesores, los amigos, la tele, tus experiencias pasadas… Tu mente requiere tu atención constante y te martiriza: “María, María – te insiste continuamente- . Escúchame, hazme caso” Es ruidosa, habla muy alto para que no escuches tu propia voz, es decir, la que proviene de tu corazón, que es silenciosa, pues no quiere molestarte, sino aconsejarte, guiarte...
—Pero, entonces, ¿cómo puedo oírla?
—Aquietando y acallando tu mente, dejando de identificarte con tus pensamientos.
—Y, ¿cómo hago eso?
—Prestando atención a lo que estás haciendo en este preciso instante. Prestando atención al Aquí y Ahora, pues viajando al pasado y al futuro te pierdes el único momento que existe y que no es otro que el presente. Por ello se le llama Presente, porque es un regalo. La vida es un Presente continuo, es un regalo tras otro… La vida solo sucede Aquí y Ahora. Por ello, te vuelvo a repetir: cuestiona todo lo que te han enseñado. Todo. Cuestiona también todo lo que has visto y aprendido. Todo. En esto reside la verdadera sabiduría, en no dar por válido ningún conocimiento, en reconocer con humildad que siempre puede haber otra verdad. Cuestióname a mí, pero nunca a ti.
—Todo esto es muy confuso…
— ¿Y tú eres estudiante de Filosofía, muchacha?
— ¡Ey, un respeto!
El gran sabio, de nuevo, soltó una sonora carcajada.
— ¿Ves? Ahora has estado muy presente. ¿A que no has pensado en nada? ¿A que tan solo has sentido enojo por mi comentario?
—Pues sí…
—De eso se trata, María, de sentir y no de pensar. De descubrir qué miedo o qué sentimiento se esconde detrás de cada pensamiento y emoción. En definitiva, de ser consciente de tus pensamientos, sentimientos y actos en cada momento, de prestarles atención, pero sin dejarte dominar por ellos. Es decir, de estar presente aquí y ahora.
—Parece tan fácil que resulta complicado…
—Es sencillo, pero nadie nos enseña a hacerlo... Simplemente, cuando mires, ve; cuando comas, saborea; cuando toques, siente; cuando huelas, olfatea; cuando oigas, escucha. En cualquier acción que emprendas, en cualquier circunstancia estate atenta a tus sensaciones y a los pensamientos que surgen de ellas. Y, sobre todo, respira, no te olvides de eso nunca.
— ¿Cómo iba a olvidarme de respirar?
—Parece obvio, pero no lo es. Nos olvidamos de respirar de forma correcta. Cuando nos acordamos de respirar conscientemente no solo nos anclamos de nuevo en el presente, sino que el aire circula más libremente por nuestro cuerpo y nos oxigenamos mejor, nos llenamos de energía como por arte de magia.
María suspiraba y se frotaba la frente con una mano como si quisiera despertar a su cerebro para tratar de entender todo aquello mejor.
—Para entender esto no necesitas valerte de tu intelecto, María. Sustituye el ruido engañoso de la mente por el silencio sincero del corazón. Te ayudará servirte de tus cinco sentidos para anclarte en el presente.
—Sí, muy bonito, y todo eso, ¿cómo se hace?
—Ven, toma esta flor entre tus dedos.
La joven, un tanto extrañada, agarró suavemente la flor que había aparecido misteriosamente de la nada.
—Ahora, cierra los ojos, respira hondo.
María inhaló aire profundamente por la nariz y lo fue expulsando poco a poco…
—De nuevo, abre los ojos y mira la flor que tienes ante ti. Sin juzgarla, sin etiquetarla. Tan solo percíbela con tus sentidos. Mírala, siente su textura, inhala su aroma... Sé consciente ahora mismo de tus sensaciones.
María permaneció inmóvil y callada unos instantes.
—Dime, ¿qué pensamiento te ha pasado por la cabeza?
—Eh… Ninguno, estaba mirando la flor.
—Exacto, de nuevo has estado totalmente presente, pero no solo mirando la flor sino percibiendo todo cuanto acontecía a tu alrededor. Esa es la clave.
María sonrió, cabizbaja, y añadió:
—Sí, siento que justo en ese momento me he sentido bien, me he sentido en paz. Pero, el resto del tiempo… siento cierto vacío, siento que no soy del todo feliz…
—Por supuesto que eres feliz, forma parte de tu naturaleza interna, pero no la sabes saborear, experimentar… Y eso es porque todavía no has alcanzado tu propia plenitud.
— ¿A qué te refieres?
—A sentirte satisfecha y confiada, a sentir que nada te falta y nada te sobra. Que aun no teniendo nada, ya lo tienes todo, pues el poder que llevas dentro es infinitamente más valioso que lo que percibes fuera. La vida es ya perfecta tal cual es. Esa es la belleza del momento presente, el único que puede otorgarte la plenitud, es decir, lo que algunos soléis llamar “felicidad”. Y es que la felicidad no es decidir lo que quieres, sino aprender a estar con lo que ya es. No debe ser solo algo que ocurre al final de una meta, debe estar en el camino.
—Ya, ¿y cuando estoy triste, enfadada o ansiosa? ¿Qué felicidad hay ahí?
—Existe una sensación de paz y plenitud cuando no te identificas con esa emoción porque sabes que tú no eres eso, eres consciente de que es externo y pasajero. Digamos, para que lo entiendas mejor, que es un visitante que se ha colado en tu casa. Podemos tener visitas agradables y otras menos agradables, oportunas o inoportunas. Pero no por ello debemos acogerlos permanentemente en nuestra casa si eso nos hace daño, ni echarlos a patadas, porque volverían a tocar a nuestra puerta y, la próxima vez, con más fuerza. Debemos convertirnos en anfitriones “neutrales”, debemos ser compasivos con ellos, porque, si han venido, es porque nos necesitan. Necesitan nuestro abrazo y atención, pues, cuando ya se sientan mejor, no dudes de que se marcharán. Así son las emociones, grandes compañeras que nos ayudan en gran medida a desarrollar un mayor conocimiento de nosotros mismos y a anclarnos en el momento presente, si sabemos tratarlas. Te sientes plena cuando no dejas que tus pensamientos intervengan y juzguen la situación, cuando te permites sentirla, aceptarla y presenciarla. Simplemente dejas que tu emoción sea, la acoges, la sientes y la permites marchar igual que ha venido. Te recuerdo, pues, que tú no eres ni tus emociones ni tus pensamientos, simplemente los albergas. Así es cómo experimentarás la plenitud constante en cualquier momento y situación. Por ello, la felicidad no debe depender de tus circunstancias externas, sino que es cuestión de tu actitud ante tales circunstancias. Ser feliz solo depende de ti, es una decisión, es tu propia elección.
En un profundo silencio, María trataba de asimilar e integrar todo aquello que el hombre sabio decía. Por suerte, la búsqueda interna que había desarrollado desde bien pequeña y sus estudios en filosofía la habían capacitado para comprender mejor este tipo de cosas…
—Espero haberme explicado bien, querida.
—Sí, sí, como un libro abierto —asentía María—. Es cierto que todo esto es muy raro y complejo, pero a su vez me resuena por dentro. No sé… Tal vez, no desde la mente, pero alguna parte de mí sí que lo comprende…
—Bravo, de eso se trata. Me alegro por ti—sonrió plácidamente el sabio.
Tras una larga pausa, María añadió, curiosa:
—Bueno, y, después de todo este discurso, me va a decir, al menos, ¿quién es usted?
—Quizás, sería más interesante preguntarte a ti misma: “¿quién eres tú?”
—…Yo… Yo… Yo soy María.
—Marías hay muchas, muchísimas. Debes encontrar aquello que te diferencie de todas las Marías y del resto del mundo. Solo así encontrarás tu verdadera esencia que es, en realidad, lo único que puede definirte. Búscalo, vive cada momento, saborea la vida en todos sus niveles y lo encontrarás cuando menos lo esperes. Solo en ti hallarás las respuestas.
El hombre sabio dio un paso atrás y añadió:
—Y, ahora, debo marcharme. Ha sido un placer, querida.
—Espere, solo una cosa más… Usted, ¿cómo es que sabe tanto?
—Te equivocas, María, solo sé que no sé nada…
La joven se quedó pensativa unos segundos… El sabio dio media vuelta y su silueta fue difuminándose poco a poco hasta evaporarse como humo blanco y desaparecer en la lejanía.
—Gracias, Sócrates —sonrió emocionada María.
***La verdad, no sabemos si María aprobó o no el examen, pero lo que sí sabemos es que se dio cuenta de que hasta el momento apenas sabía nada sobre la vida, y que le quedaba todo un mundo o, mejor dicho, un universo por descubrir.
Ahora había emprendido un viaje sin billete de vuelta, un viaje al centro de sí misma, un viaje a través de la vida…
“¿Dónde estás? AQUÍ.
¿Qué hora es? AHORA.
¿Quién eres? ESTE MOMENTO”.
(Novela y película El Guerrero Pacífico, de Dan Millman)