Mara Villas


Esta es la historia de Mara; de apellido, Villas. Así se llama la protagonista de este cuento.

Como su propio nombre indica, Mara era, sencillamente, MARAVILLOSA. Sabía hacer mil cosas: bailar ballet, cantar, tocar el piano, nadar, jugar al ajedrez, hablar en inglés, montar a caballo, pintar, dibujar, y un larguísimo etcétera. Aunque tan solo era una niña, su agenda estaba apretadísima y, todas las semanas, durante los trescientos sesenta y cinco días del año, tenía algo que hacer. Los lunes, cuando salía del colegio, tomaba su merienda e iba corriendo a clases de piano, regresaba a casa, hacía los deberes, estudiaba, cenaba con sus papás y se iba a dormir. Los martes, después del cole, también merendaba, asistía a clases de dibujo y pintura, volvía a casa a estudiar, cenaba y se iba a la cama. Los miércoles tocaba ballet; los jueves, ajedrez; los viernes, natación; los sábados, hípica por la mañana y canto por la tarde. Hasta los domingos tenía ocupados con las clases particulares de inglés y estudiando para los exámenes; después de comer, iba con papá y mamá a visitar a sus abuelos.

Sin embargo, lo más increíble es que todo aquello le gustaba y se le daba extraordinariamente bien. Era una niña sobresaliente, destacaba en cualquier cosa que hacía, y sus papás estaban muy orgullosos de ella.

Un soleado viernes de primavera, volviendo del colegio, Mara pasó por delante de un escaparate que llamó de pronto su atención. Aquella tienda era nueva en el barrio, dentro había decenas y decenas de guitarras diferentes. « ¡Oh, qué instrumento tan fascinante!», pensó. Al llegar a casa, mientras se preparaba rápidamente la mochila para irse a natación, le contó a mamá su nuevo proyecto:

― ¡Quiero dar clases de guitarra! ―le dijo entusiasmada.

― ¿Clases de guitarra? ―se extrañó ella.

―Sí, debo aprender a tocarla como sea.

―Pero, Mara, no tienes tiempo para más clases. De ser así, tendrías que cambiar una de tus aficiones por la guitarra.

― ¡Ni hablar! No puedo dejar ninguna de mis clases semanales. Aprenderé entonces por mi cuenta. Mi cumpleaños es dentro de unos días y me gustaría tener una guitarra como regalo.

Como veis, Mara lo tenía todo perfectamente planeado, hasta el más mínimo detalle. Al día siguiente, rompió su hucha rosa en forma de cerdito, cogió casi todos sus ahorros y, después del cole, pasó por la tienda nueva para comprarse una guía de guitarra para principiantes. Esa noche, ya tenía organizada la agenda con el tiempo que dedicaría a aprender a tocar la guitarra. No había sido nada fácil, pues no tenía ni un minuto libre a lo largo del día. Así que lo único que pudo hacer fue privarse de media hora de sueño cada noche para aprender a tocar aquel nuevo y apasionante instrumento.

Se puso manos a la obra la misma tarde que celebró su cumpleaños y recibió su ansiado regalo. No había tiempo que perder, cuanto antes empezara, antes aprendería. A la mañana siguiente en el colegio, estaba algo cansada, ya que había dormido media hora menos de lo habitual. Pero, con todo, esa noche volvió a practicar. Y así lo hizo día tras día, semana tras semana… Algunas mañanas, amanecía abrazada a la guitarra como si de un osito de peluche se tratara. Estaba tan cansada, que se quedaba dormida incluso sentada. Comenzó a tener sueños muy extraños: piezas de ajedrez que bailaban ballet y nadaban en la piscina, caballos que tocaban el piano y pintaban al óleo dibujos estrambóticos, una guitarra gigante que cantaba en inglés y le perseguía para atraparla entre sus cuerdas… Estas pesadillas se repetían continuamente y hacían que cada mañana se despertara con miedo y desasosiego.

En el colegio, Mara había dejado de rendir como antes. Sus papás estaban muy preocupados y hablaron seriamente con ella para que dejara a un lado la guitarra y se conformara con el resto de actividades, que no eran pocas... Pero la pequeña se negaba, quería abarcarlo todo, pensando que cuantas más cosas supiera hacer más la querrían sus papás y más se ganaría la aprobación de los demás. De esta forma, Mara empezó a sentirse, cada vez, menos maravillosa... Estaba tan agotada que apenas le quedaba energía para levantarse por las mañanas. Poco a poco, sus ánimos se fueron apagando, su ilusión se fue disipando y su salud empezó a flojear.

Un jueves como otro cualquiera, sonó el despertador, abrió los ojos y se dispuso a levantarse de la cama para ir al cole. Pero ni siquiera pudo apagar la alarma…

―¡¡Mamáaaa!!

Y esta acudió corriendo a su habitación, sobresaltada.

― ¿¿Qué te ocurre, Mara??

―No me encuentro bien, la cabeza me da vueltas, no tengo fuerzas para levantarme, me duele todo el cuerpo… ―se quejaba.

Ella colocó la mano sobre su frente para tomarle la temperatura.

―Cariño, ¡estás ardiendo! Llamaré al doctor para que venga enseguida a verte.

―Pero no puedo esperar a que él venga, debo ir a clase. ¡Tengo un examen muy importante, un trabajo que entregar y el campeonato de ajedrez!

Su mente estaba muy agobiada por todo aquello que tenía pendiente durante el día, pero su cuerpo estaba tan dolorido y agotado que no lograba responder a las órdenes de su cabeza.

―No es posible, Mara, eso debe esperar. Lo importante ahora es que cuidemos tu salud para que te recuperes cuanto antes. Descansa y no te preocupes más ―trató de tranquilizarla mamá acariciando su pelo.

Mara cerró los ojos, es todo cuanto podía hacer. Su cuerpo descansaba sobre la cama, pero su mente seguía preocupándose por tantísimas cosas que tenía que hacer y no sabía cómo resolver…

Cuando por fin llegó el doctor y la revisó, confirmó lo que su mamá se temía: Mara tenía la gripe. Le recomendó hacer reposo durante una semana y tomar un jarabe que sabía a rayos si quería curarse lo antes posible. Su agenda y sus planes se desmoronaron. Ella pensaba que quedarse en cama suponía una pérdida de tiempo y no una oportunidad para recuperarse, relajarse, o incluso para algo más…

«¿¿Una semana en cama?? ¿Y qué haré yo con tanto tiempo libre? Perderé el hilo de todo, dejaré de aprender cosas… ¡Tengo la agenda llena de tareas! ¿Qué va a pasar con mis estudios? ¿Y con mis clases...?».

Su cabeza inquieta daba vueltas y más vueltas. Mamá salió de su cuarto para acompañar al doctor hasta la puerta. La pequeña comenzó a llorar, no por el malestar que le provocaba la gripe, sino por todas las cosas pendientes que le esperaban aquella semana. Cuando mamá volvió a verla, ella ya se había quedado dormida. Mara necesitaba, ante todo, descansar.

A la mañana siguiente, después de desayunar un gran zumo de naranja y un par de galletas que mamá le había llevado a la cama, se quedó mirando justo enfrente la enorme estantería llena de libros que jamás había leído. Tan cerca estaban y, sin embargo, nunca se había fijado en ellos… « ¿Cómo es que no los he visto antes?», se preguntaba.

― ¿Quieres que te acerque alguno? ―le preguntó mamá, que se había percatado de su mirada curiosa.

―Está bien. Supongo que tengo tiempo de sobra, así que empezaré por el primero.

Mamá le acercó uno grande de tapa azul celeste que estaba en la esquina de arriba de la estantería.

Alicia en el País de las Maravillas ―leyó Mara.

―Te dejo leer tranquila, cariño ―añadió mamá, y se marchó de la habitación tras retirarle la bandeja del desayuno.

Mara no tardó en sumergirse en la lectura de aquella historia increíble: una caída interminable por una madriguera, un conejo blanco apresurado, un sombrerero obsesionado con la rutina, una reina de corazones estricta e inflexible, y su protagonista, Alicia, una niña que, como ella, estaba llena de dudas… Sin saber cómo ni por qué, se sintió identificada con cada una de las situaciones y personajes que iban apareciendo. Cuando se hizo la hora de cenar, Mara ya había devorado aquel fantástico libro y estaba deseosa de empezar el siguiente. Mientras leía, se olvidaba por completo de los molestos síntomas gripales, y tampoco pensaba en el colegio, las clases extraescolares o la guitarra. Todavía no era consciente de que acababa de descubrir la mejor de sus aficiones, la que marcaría un nuevo y sorprendente rumbo en su vida…

Los días posteriores, la estantería fue vaciándose rápidamente y una gran pila de libros leídos empezó a ocupar el largo y ancho de su escritorio. Nuestra protagonista fue encontrándose cada vez mejor, su energía y vitalidad crecían por momentos, y su buen humor impregnaba cada rincón de la habitación. Mara estaba más alegre y relajada que nunca. Había aprendido miles de cosas gracias a aquellos cuentos maravillosos. Conoció personajes increíbles y visitó lugares asombrosos sin moverse de la cama. Pero, lo más importante que descubrió fue que ella también quería escribir historias valiosas, pues eso era lo que de verdad le apasionaba y le hacía feliz. Ahora tenía una nueva afición, su favorita, que solo requería de un lápiz, un papel y una imaginación aventurera y fantasiosa como la suya.

Mara decidió dejar alguna de sus clases extraescolares a las que se dedicaría solo en ocasiones y cuando realmente le apeteciera. Se deshizo de su agenda, no quería llevar una vida tan planificada y rutinaria, y la sustituyó por un bonito cuaderno de notas donde iba escribiendo las ideas que se le ocurrían para ir dando forma a sus cuentos.

Hoy en día, Mara es una cuentacuentos extraordinaria que recorre librerías, colegios y bibliotecas contando cientos de historias. Dicen que todos los niños, tras escuchar sus cuentos, quedan completamente MARAVILLADOS. Mara nunca olvidará aquella “afortunada” gripe que la invitó a descubrir el placer de la lectura, ni aquel primer libro que la animó a descubrirse a sí misma y su don maravilloso.


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